jueves, 2 de octubre de 2014

EL CAMINO

EL CAMINO 


Este artículo nace con la intención de transmitir una enseñanza de la que me hizo partícipe recientemente una persona, como consecuencia de un camino que llevó a cabo; de esos que se hacen a pie y se viven con los cinco sentidos y el corazón lenta y profundamente, y que a su término dejan un poso en el alma que hace que el que finaliza no sea el mismo que el que lo inició.
Este hombre puede ser cualquiera, pues todos somos llamados en nuestra vida a tal experiencia. En este caso me referiré a él con el nombre de Andrés, cuyo origen griego: aner-andrós (ανήρ-ανδρός), es referencia de “el hombre”.
Hacía tiempo que Andrés se sentía convocado a una cita ineludible, a la espera del momento propicio que le brindase la oportunidad de dar cumplimiento a tal demanda. Y ese momento llegó, como llega todo lo que tiene que llegar, fiel a la intención que lo reclama o, sencillamente, porque es ley de vida. Sea como fuere, allí se vio el Hombre, con la única compañía de su ligero equipaje y la expectación en el ánimo ante el periplo por hacer.
Una de las cosas que descubriría en su recorrido es que, aunque se trata de una experiencia que se afronta desde la intimidad del ser, uno nunca llega a estar sólo. La presencia de compañeros de viaje se deja sentir en momentos precisos en que su compañía representa un apoyo. Lo que provee el camino, provee al mismo tiempo de los elementos necesarios para poder llevarlo a cabo.
Con los sentidos externos gozando del paisaje y los internos atentos a la sintonía del espíritu, Andrés iba degustando las impresiones que le iba deparando su andadura y meditando en su interior las conclusiones a que su sensibilidad y su voz interior le iban llevando. Y es en base a aquello que tuvo a bien compartir conmigo, que yo intentaré plasmar a través de estas líneas, como fruto de mi reflexiva escucha.
El significado de los pasos va mutando a medida que se avanza en el camino. El me lo refería más o menos así.
Al comienzo del recorrido, en los tramos en que el terreno se escarpa, resulta incómoda la marcha, mientras que se dulcifica según decrece la inclinación, resultando placentera en las pendientes, pues basta prácticamente con dejarse llevar para completarlas.
La imagen que dibujaba estas sensaciones en su mente asimilaba las subidas a “hacer el bien”, mientras que las bajadas se le antojaban “hacer el mal”. Ya que resulta más difícil obrar justamente que hacerlo erróneamente.
Pero el cuerpo no se comporta de la misma forma en los primeros pasos que cuando éstos se van sumando. Las piernas perciben las alteraciones del camino de distinta manera dependiendo de en qué punto de éste nos encontremos. Según se avanza en la ruta la bonanza de las bajadas se torna molesta como consecuencia del trabajo acumulado en los músculos, llegando, en las etapas finales, a convertir en insufrible por las doloridas rodillas el soportar el peso del cuerpo en su descenso, hasta el punto de acoger con agrado los repechos en evitación de los declives.
Esta inversión de sensaciones da un giro drástico a la apreciación inicial acerca del carácter del “bien” y del “mal”.
Cuando se inicia un camino (un recorrido existencial) afloran los instintos  primarios tendentes a satisfacer la sensualidad y el ego, lo que invita a recrearse en lo fácil, procurando una gratificación personal inmediata ignorando a los demás. Esto distancia al ser de su naturaleza esencial y lo aboca, en consecuencia, al “mal”. En esta etapa, le resulta difícil reencontrarse consigo mismo y se le hace “cuesta arriba” la búsqueda del “bien”.
La experiencia que propicia el camino (recorrido existencial), motivado por la superación y la adquisición de sabiduría, conduce a una transformación del ser que le impele a invertir sus valores y el comportamiento derivado de ellos.
Así, lo que en un principio resultaba complaciente o “cuesta abajo”, vislumbrado como el “mal”,  adquiere en su evolución un cariz adverso, que repele y por tanto se tiende a evitar. Desarrollándose atracción por lo que inicialmente se manifestaba como difícil o “cuesta arriba”, asimilado al bien, resultando ahora amable en su sentido “ascendente” hacia la realización, y proporcionando al caminante armonía en su aspiración.
Esta constatación, llevada a cabo por el Hombre que camina infatigable en pos de la verdad, adquiere en mí tintes especiales, por habérseme presentado envuelta en una vivencia particular, plasmada este verano en el Camino de Santiago, protagonizada y sabiamente interpretada por alguien, a quien tengo en alta estima, que efectivamente se llama Andrés, y no es otro que uno de mis principales maestros, cuya presencia en mi vida ha representado un referente de hondo calado.
Es por ello que quiero, con este escrito, rendir homenaje en su 69 cumpleaños a alguien que no ha cesado en su vida de trabajar y compartir sus logros con todo aquel que le ha prestado oídos.
Si hay alguien que me ha facilitado la comprensión de ese misterioso concepto latente en las Artes Marciales con el título del “DO” o “CAMINO”, es sin duda él.
Gracias maestro, y te deseo que la Luz del Cielo te acompañe en el Camino y te llene con la paz y la plenitud que colmen tus aspiraciones.

                                                                                                  Javier Cristóbal

26 de Septiembre de 2014

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