EL
CAMINO
Este artículo nace con la
intención de transmitir una enseñanza de la que me hizo partícipe recientemente
una persona, como consecuencia de un camino que llevó a cabo; de esos que se
hacen a pie y se viven con los cinco sentidos y el corazón lenta y
profundamente, y que a su término dejan un poso en el alma que hace que el que
finaliza no sea el mismo que el que lo inició.
Este hombre puede ser
cualquiera, pues todos somos llamados en nuestra vida a tal experiencia. En
este caso me referiré a él con el nombre de Andrés, cuyo origen griego: aner-andrós (ανήρ-ανδρός),
es referencia de “el hombre”.
Hacía tiempo que Andrés
se sentía convocado a una cita ineludible, a la espera del momento propicio que
le brindase la oportunidad de dar cumplimiento a tal demanda. Y ese momento
llegó, como llega todo lo que tiene que llegar, fiel a la intención que lo
reclama o, sencillamente, porque es ley de vida. Sea como fuere, allí se vio el
Hombre, con la única compañía de su ligero equipaje y la expectación en el
ánimo ante el periplo por hacer.
Una de las cosas que
descubriría en su recorrido es que, aunque se trata de una experiencia que se
afronta desde la intimidad del ser, uno nunca llega a estar sólo. La presencia
de compañeros de viaje se deja sentir en momentos precisos en que su compañía
representa un apoyo. Lo que provee el camino, provee al mismo tiempo de los
elementos necesarios para poder llevarlo a cabo.
Con los sentidos externos
gozando del paisaje y los internos atentos a la sintonía del espíritu, Andrés
iba degustando las impresiones que le iba deparando su andadura y meditando en
su interior las conclusiones a que su sensibilidad y su voz interior le iban
llevando. Y es en base a aquello que tuvo a bien compartir conmigo, que yo
intentaré plasmar a través de estas líneas, como fruto de mi reflexiva escucha.
El significado de los
pasos va mutando a medida que se avanza en el camino. El me lo refería más o
menos así.
Al comienzo del recorrido,
en los tramos en que el terreno se escarpa, resulta incómoda la marcha,
mientras que se dulcifica según decrece la inclinación, resultando placentera
en las pendientes, pues basta prácticamente con dejarse llevar para
completarlas.
La imagen que dibujaba
estas sensaciones en su mente asimilaba las subidas a “hacer el bien”, mientras
que las bajadas se le antojaban “hacer el mal”. Ya que resulta más difícil
obrar justamente que hacerlo erróneamente.
Pero el cuerpo no se
comporta de la misma forma en los primeros pasos que cuando éstos se van
sumando. Las piernas perciben las alteraciones del camino de distinta manera
dependiendo de en qué punto de éste nos encontremos. Según se avanza en la ruta
la bonanza de las bajadas se torna molesta como consecuencia del trabajo acumulado
en los músculos, llegando, en las etapas finales, a convertir en insufrible por
las doloridas rodillas el soportar el peso del cuerpo en su descenso, hasta el
punto de acoger con agrado los repechos en evitación de los declives.
Esta inversión de
sensaciones da un giro drástico a la apreciación inicial acerca del carácter
del “bien” y del “mal”.
Cuando se inicia un
camino (un recorrido existencial) afloran los instintos primarios tendentes a satisfacer la
sensualidad y el ego, lo que invita a recrearse en lo fácil, procurando una
gratificación personal inmediata ignorando a los demás. Esto distancia al ser
de su naturaleza esencial y lo aboca, en consecuencia, al “mal”. En esta etapa,
le resulta difícil reencontrarse consigo mismo y se le hace “cuesta arriba” la
búsqueda del “bien”.
La experiencia que
propicia el camino (recorrido existencial), motivado por la superación y la
adquisición de sabiduría, conduce a una transformación del ser que le impele a
invertir sus valores y el comportamiento derivado de ellos.
Así, lo que en un
principio resultaba complaciente o “cuesta abajo”, vislumbrado como el
“mal”, adquiere en su evolución un cariz
adverso, que repele y por tanto se tiende a evitar. Desarrollándose atracción
por lo que inicialmente se manifestaba como difícil o “cuesta arriba”, asimilado
al bien, resultando ahora amable en su sentido “ascendente” hacia la
realización, y proporcionando al caminante armonía en su aspiración.
Esta constatación,
llevada a cabo por el Hombre que camina infatigable en pos de la verdad, adquiere
en mí tintes especiales, por habérseme presentado envuelta en una vivencia
particular, plasmada este verano en el Camino de Santiago, protagonizada y
sabiamente interpretada por alguien, a quien tengo en alta estima, que
efectivamente se llama Andrés, y no es otro que uno de mis principales
maestros, cuya presencia en mi vida ha representado un referente de hondo
calado.
Es por ello que quiero,
con este escrito, rendir homenaje en su 69 cumpleaños a alguien que no ha
cesado en su vida de trabajar y compartir sus logros con todo aquel que le ha
prestado oídos.
Si hay alguien que me ha
facilitado la comprensión de ese misterioso concepto latente en las Artes
Marciales con el título del “DO” o “CAMINO”, es sin duda él.
Gracias maestro, y te
deseo que la Luz del Cielo te acompañe en el Camino y te llene con la paz y la
plenitud que colmen tus aspiraciones.
Javier Cristóbal
26 de Septiembre de 2014
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