Muchas gracias por escritos como este. Acercarse gracias a mi tío a la sabiduría milenaria de Oriente es todo un privilegio.
Es
bastante interesante ver, desde mi humilde posición y en tanto que
receptor y seguidor de otra tradición, cómo podemos encontrar lazos de
unión para ser cada vez criaturas más dignas del Creador, que es Amor (1
Jn 4,8). Para mí, ese Soplo vivicante es el Espíritu Santo que habita
en nosotros a partir del cual no nos pertenecemos a nosotros mismos (1
Co 6,19) como defiende el mundo moderno en estos tiempos de "Eclipse de
Dios" (en palabras del filósofo judío Martin Buber). Es precisamente el
hombre moderno y, sobretodo, occidenteal que olvida a su Creador y sólo
se quiere a sí mismo desde sí mismo el que no puede encontrar nunca su
verdadera identidad y se pierde en una espiral onanista autodestructiva.
Ese pensamiento moderno e ilustrado que concibe al hombre como una
sustancia olvida que es el lenguaje de la llamada el que mejor expresa
el surgimiento del ser humano de las manos del Creador. No puede haber
ser humano a menos que exista Otro que dé lugar a la llamada. La
identidad del hombre se constituye siempre a través de la respuesta a la
llamada del Otro (que es el Creador). Esto es contrario a la corriente
racionalista occidental que sólo piensa en el yo y lo idolatra. El yo ha
de morir (Mt 16, 25; Lc 14, 26; Jn 12, 25; Gal 2,20). En el ámbito
personal no cabe el yo, ya que todo ser existe sólo en cuanto afirmado
como "otro" por un "otro", no en contraste con él. Esto es la Trinidad:
cada una de las Personas es radicalmente diversa en la afirmación de su
alteridad respecto de las otras mediante la COMUNIÓN con ellas y, a
través del Hijo, también entra en comunión con las criaturas preservando
su alteridad. Por ello, el amor no es una disposición de un "yo" hacia
un "otro", se trata, mejor dicho, de un don que viene del otro.
"Somos capaces de amar porque Dios nos ha amado primero" (1 Jn 4, 19). Un abrazo
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